Pombero en New York

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Sunday, March 6, 2016

La impunidad del tepoti


Para aquellos quienes crecimos en los apacibles parajes rurales de nuestro suelo patrio, acostumbrados a caminar grandes distancias entre rancho y rancho, o entre rancho y capuera, sin letrinas disponibles entre un punto y otro, la presencia del tepoti o excremento humano a la vera del camino era harto frecuente y de ningún modo inusual. El inconfundible hedor y el enjambre de moscas eran señales inequívocas de su fastidiosa y repulsiva presencia. Lo prudente y aconsejable siempre fue solamente esquivar el montón e ignorarlo en lo posible. A lo sumo, cubrirlo con tierra o marcar su presencia de algún modo, con el objeto de recordarnos su presencia a la vuelta; pero nunca, jamás de los jamases, tratar de removerlo. Porque la posibilidad de embadurnarse con el tepoti en el intento de removerlo era grande, y siempre entablaba la inevitabilidad de insultar los sentidos con sus renovadas desagradables características físicas. Esta “indeseabilidad” o aversión natural a la posibilidad de empastelarse innecesariamente, le dan al tepoti cierta impunidad: La impunidad de seguir siendo tepoti, de seguir incomodando con su existencia, de insultar nuestro orgullo ante la impotencia de lidiar con su continuada presencia. Su mera hediondez y nauseabunda presencia lo hacen intocable.

Uno de los pocos consejos que valió la pena conservar, de los muchos que recibíamos cuando íbamos creciendo, es el que nostálgicamente recordamos como “la impunidad del tepoti”. Y se refería a lo siguiente:

De tanto en tanto, caminando por el largo y a veces tortuoso sendero de la vida, uno se encuentra con cierto tipo de personas o individuos cuya catadura moral, ralea social o salud mental lo ubican en la misma categoría del tepoti. Cuando esto se da, lo único prudente y aconsejable es evitarlos en lo posible. Aun cuando nuestros sentimientos o efluvios hormonales nos incitan a tomar el garrote y barrerlos del mapa, la cordura y el buen juicio deben alejarnos de este accionar o de cualquier otro que nos pueda conducir a la cárcel o al hospital. El placer de sacarlos a patadas del camino es pálido comparado con el enorme perjuicio de tener que contratar abogados para mantenernos fuera de la cárcel, de pleitos judiciales y otros inconvenientes sociales. Generalmente esta excrecencia social no tiene absolutamente nada que perder; nosotros, si. En este sentido, estos individuos indeseables tienen la misma impunidad que el tepoti. Y como al tepoti, no queda otra cosa prudente más que evitarlos.

Este consejo es, definitivamente, uno de los pocos que siempre va a encontrar un lugar preferencial en mi alforja de sentimientos, recuerdos y experiencias. Y uno que, gratamente, comparto con otras personas, aún cuando no me lo pidan.

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